sábado, 14 de abril de 2007
Planes frustrados
«Hasta el fin se repite siempre la ley que rige el destino de Balzac: sólo puede realizar sus sueños en los libros, nunca en su vida. Con indecibles esfuerzos, con desesperados sacrificios y ardiente expectación preparó esta casa para vivir en ella “veinticinco años” con la mujer que al final ha conquistado. En realidad, habitará en ella únicamente para morir. Instaló, enteramente de acuerdo con sus deseos, un gabinete para concluir la Comédie humaine. Tiene ante sí proyectos para más de cincuenta obras. Pero en este gabinete no escribirá ni una sola línea. La vista le falla por completo, y la única carta escrita en la rue Fortunée que de él poseemos es conmovedora. Está dirigida a su amigo Théophile Gautier y escrita por su esposa; sólo una línea de postdata fue penosamente garabateada por Balzac: “Ya no puedo leer ni escribir”.
Mandó hacer una biblioteca a partir de un carísimo armario taraceado, pero ya no es capaz ni de abrir un libro. Su salón está forrado de damasco dorado; Balzac quería recibir en él a lo más excelso de la alta sociedad de París. Pero nadie va a visitarle. Toda palabra ya es mucho pedir para él; y los médicos le prohíben hasta el pequeño esfuerzo de hablar. Organizó la gran galería con los cuadros de su estima con objeto de sorprender a París entero, que tendría que admirar la incomparable colección de allí se ha reunido en completo silencio. Se figuraba que iba a enseñar sus obras de arte, cuadro por cuadro, a sus amigos, a los escritores y a los artistas; soñaba con explicar todos los pormenores de la colección. Lo que imaginó que iba a ser un palacio concurrido se convirtió en una cárcel solitaria. Balzac está solo, acostado en la enorme casa; sólo de vez en cuando, tímida como una sombra, entra su madre para ver cómo se encuentra. Su esposa –todos los testigos concuerdan en señalarlo– manifiesta una total falta de verdadera solicitud […].
Las cartas que escribe a su hija revelan a las claras esta actitud. En ellas se habla frívolamente de encajes, aderezos o vestidos nuevos; casi no hay una palabra que indique verdadera preocupación por el moribundo. […]
Todos los que ven a Balzac saben que está irremediablemente perdido. Sólo una persona se niega a creerlo: el propio Balzac. Con su enorme optimismo, incluso ahora inalterable, ve el restablecimiento donde todos ven la muerte. Balzac está acostumbrado a dar esquinazo a las dificultades y a hacer posible lo imposible. Por eso mismo, ni siquiera ahora da por perdida la partida. […]
Balzac falleció la noche del 17 al 18 de agosto de 1850. Únicamente su madre estaba a su lado. Su esposa hace mucho que se había retirado a descansar. Su fin es viva imagen de la más horrenda soledad».
Stefan Zweig (1946), Balzac. La novela de una vida, Paidós, 2005.
Imagen: tumba de Honoré de Balzac en 3l cementerio de Père-Lachaise (París).
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Puestos de libros
«Devorado por febril curiosidad, en París pasaba yo el día entero calle arriba, calle abajo, en compañía de un plano, estudiando las vías de aquella inmensa urbe, admirando la muchedumbre de sus monumentos, confundido entre el gentío cosmopolita que todas partes bullía. A la semana de este ajetreo ya conocía París como si fuera un Madrid diez veces mayor. Frecuentes paradas hacía en los puestos de libros, que allí son cajones exhibidos en los quais, a lo largo del Sena. El primer libro que compré fue un tomito de las obras de Balzac –un franco; Librairie Nouvelle–. Con la lectura de aquel librito, Eugenia Grandet, me desayuné del gran novelador francés, y en aquel viaje a París y en los sucesivos completé la colección de ochenta y tantos tomos, que aún conservo con religiosa veneración».
Benito Pérez Galdós, Memorias de un desmemoriado, 1916.
Imagen: Antoine Blanchard, Notre Dame.
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