jueves, 11 de octubre de 2007
Testigo soy
"El sol busca la menuda oreja de la ninfa a mi siniestra y la traspasa voluptuoso, dejándola transparente. El enorme disco triunfa prodigiosamente y derrama su lujo fantástico con tal seguridad y abundancia que se advierte en él la convicción de su inagotabilidad. Bajo sus rayos todo se transmuta en oro, especialmente la tortilla que acaban de servir, tan auténticamente orificada que, al comerla, el apetito se vuelve casi avaricia.
-¡Qué bonito es el sol! -dice una de las ninfas, con el delicioso gesto con que podía mostrar una joya familiar, legado de las más viejas herencias.
-Yo no comprendo cómo puede usted vivir sin tomar el sol -me dice la otra.
-Es que yo no vivo, señora -le respondo.
-Pues ¿qué hace usted?
-Asisto a la vida de los demás.
-Pero eso es un martirio, ¿verdad, amigo mío? -insinúa la ninfa más sensible, rubia, rubia como una cuerda de violín y, como ella, capaz de estremecimientos.
-No hay duda; el asistir a la vida de los demás es el martirio. Mártir quiere decir testigo. Yo atestiguo que usted existe, que es usted ahora, prisionera de los rayos solares, casi un mito perfecto; que el cuello de leopardo en que culmina su abrigo es auténtico, hasta el punto que siento no haber traído el arco y las flechas, ya que ganas de cazar a nadie faltan, señora, por muy mártir que sea...
Testigo soy, un testigo de la gran maravilla que es el mundo y los seres en el mundo. ¡Y no es misión despreciable, ninfa amiga! Si no existe alguien que atestigüe la existencia de las demás cosas, ésta sería como nula. Vea usted; en este instante las gentes que nos rodean, los comensales de estas mesas limítrofes, los jerseys que entran y salen, que se juntan y se disocian rápidamente en esta galería, bajo el sol, se hallan ocupados sin resto en vivir cada cual su vida. Nadie advierte que en el batiente de la sombra emanada de esta pilastra acaba de ingresar el gentil rostro de usted; la radiación en torno no permite distinguir bien sus facciones oscurecidas; hija del sol, como pueda serlo una inca pura sangre, acaba usted de naufragar y hundirse en el elemento sombrío. Y como restos de la catástrofe, la fluida tiniebla arroja hasta nosotros sólo tres notas, que son una misma repetida: el blanco de las perlas que llevaba usted al cuello, el blanco de sus dientes y el blanco de sus ojos. Esta triple pulsación de candidez, subrayándose mutuamente, elabora en este instante un ritmo purísimo completamente superfluo; pero, sin duda, lo más valioso que en este rincón del planeta está ahora acaeciendo. Si yo fuese prisionero de mi propia vida no lo habría notado. Pero he cumplido mi alta misión de testigo, y esta realidad, tan graciosa como fugaz, queda para siempre salvada. ¡Todos conservaremos un recuerdo inmortal de su naufragio en la sombra! Homero decía que los héroes combaten y mueren no más que para dar motivo a que luego el poeta los cante. Parejamente, yo diría que usted existe, señora, gracias a que yo doy testimonio de su existencia".
Jósé Ortega y Gasset, "Conversación en el golf o la idea del dharma".
-¡Qué bonito es el sol! -dice una de las ninfas, con el delicioso gesto con que podía mostrar una joya familiar, legado de las más viejas herencias.
-Yo no comprendo cómo puede usted vivir sin tomar el sol -me dice la otra.
-Es que yo no vivo, señora -le respondo.
-Pues ¿qué hace usted?
-Asisto a la vida de los demás.
-Pero eso es un martirio, ¿verdad, amigo mío? -insinúa la ninfa más sensible, rubia, rubia como una cuerda de violín y, como ella, capaz de estremecimientos.
-No hay duda; el asistir a la vida de los demás es el martirio. Mártir quiere decir testigo. Yo atestiguo que usted existe, que es usted ahora, prisionera de los rayos solares, casi un mito perfecto; que el cuello de leopardo en que culmina su abrigo es auténtico, hasta el punto que siento no haber traído el arco y las flechas, ya que ganas de cazar a nadie faltan, señora, por muy mártir que sea...
Testigo soy, un testigo de la gran maravilla que es el mundo y los seres en el mundo. ¡Y no es misión despreciable, ninfa amiga! Si no existe alguien que atestigüe la existencia de las demás cosas, ésta sería como nula. Vea usted; en este instante las gentes que nos rodean, los comensales de estas mesas limítrofes, los jerseys que entran y salen, que se juntan y se disocian rápidamente en esta galería, bajo el sol, se hallan ocupados sin resto en vivir cada cual su vida. Nadie advierte que en el batiente de la sombra emanada de esta pilastra acaba de ingresar el gentil rostro de usted; la radiación en torno no permite distinguir bien sus facciones oscurecidas; hija del sol, como pueda serlo una inca pura sangre, acaba usted de naufragar y hundirse en el elemento sombrío. Y como restos de la catástrofe, la fluida tiniebla arroja hasta nosotros sólo tres notas, que son una misma repetida: el blanco de las perlas que llevaba usted al cuello, el blanco de sus dientes y el blanco de sus ojos. Esta triple pulsación de candidez, subrayándose mutuamente, elabora en este instante un ritmo purísimo completamente superfluo; pero, sin duda, lo más valioso que en este rincón del planeta está ahora acaeciendo. Si yo fuese prisionero de mi propia vida no lo habría notado. Pero he cumplido mi alta misión de testigo, y esta realidad, tan graciosa como fugaz, queda para siempre salvada. ¡Todos conservaremos un recuerdo inmortal de su naufragio en la sombra! Homero decía que los héroes combaten y mueren no más que para dar motivo a que luego el poeta los cante. Parejamente, yo diría que usted existe, señora, gracias a que yo doy testimonio de su existencia".
Jósé Ortega y Gasset, "Conversación en el golf o la idea del dharma".
Etiquetas: José Ortega y Gasset