martes, 30 de diciembre de 2008
La esencia de las cosas
Esta noche las puertas han trabajado mucho...
Yo oigo estas palabras y pienso que, en efecto, esta noche pasada las puertas han trabajado reciamente. ¿Tienen alma las puertas? Un viento formidable hacía estremecer la casa; todas las puertas de las grandes salas vacías, las de las cámaras, las de los graneros, las de los corredores, las de los pequeños cuartos perdurablemente oscuros, todas, todas las puertas han lanzado sus voces en el misterio de la noche. Una puerta no es igual a otra nunca: fijaos bien. Cada una tiene su propia vida. Hablan con sus chirridos suaves o broncos; tienen sus cóleras que estallan en recios golpes; gimen y se expresan, en las largas noches del invierno, en las casas grandes y viejas, con sacudidas y pequeñas detonaciones, cuyo sentido no comprendemos.
¿No os dice nada una de estas puertas llamadas surtidores, que dan paso de una alcoba ancha y sombría a un corredor sin muebles, con las paredes blancas? ¿Y esta otra dividida en pequeños cuarterones, que da paso a una vieja cámara campesina, con una pequeña ventana alambrada y con una leja en que hay un espejo roto y un cantarillo con miera? ¿Y esta otra con las maderas alabeadas, hinchadas por la humedad, carcomidas, que cierra un huertecillo abandonado, con parrales sombríos y hierbajos que crecen en las junturas de las losas, con un viejo árbol por cuyo seno verde tuerce el paso una hiedra, como en los versos de Garcilaso?
No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio...".
José Martínez Ruiz (Azorín), Confesiones de un pequeño filósofo, 1904.
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