martes, 6 de febrero de 2007
Una obra de severa responsabilidad
«Mientras no se despierte en las entrañas de nuestro pueblo y en las clases todas, en las familias, la juventud, los Gobiernos, el profesorado (que no es donde menos falta hace), la conciencia de que la educación es una obra de severa responsabilidad, y no un asunto de declamaciones hipócritas, y de vulgaridades y lugares comunes, tiene escaso interés discutir cuáles son los más urgentes problemas que en este orden debieran acometer los Gobiernos.
Cuando aquel tiempo llegue, nos avergonzaremos sinceramente, y no por pura retórica, como hoy, de esa deuda de la primera enseñanza, que, excepto los interesados, nadie toma aquí en serio, sino que todo el mundo, y por tanto el Gobierno, la mira con la más salvaje indiferencia; y después de avergonzarnos, la pagaremos, que es muy otra cosa. Acabaremos con la reglamentación administrativa, con los exámenes, oposiciones y demás resortes exteriores mecánicos y falsos de nuestro régimen actual; y nos recogeremos a pensar, con la grave preocupación que merece, en esa obra interna de nuestra educación nacional, y en cuán lejos al comienzo de ella estamos todavía, y comprenderemos que es mucho menos lo que hay que reformar en la legislación que en los espíritus; y aprovecharemos más y más para ello el auxilio de otros pueblos menos infortunados, adonde, retórica y presunción aparte, tenemos que ir a aprender lo mucho que ignoramos; ¡pues aun lo propio nos lo tienen ellos que enseñar!, incluso verdadero amor a nuestro fin y al trabajo formal, sincero y concienzudo en su devoción y servicio. Libre y dueño de sí mismo, renacerá este órgano social de la educación, que ni siquiera es hoy cuerpo sin alma, sino un detritus atomístico y sentirá dentro de sí un principio de unidad y de paz entre todas las diversas tendencias sociales, escuelas, creencias, opiniones, que no será ya la mera tolerancia escéptica y al uso, ni la áspera resignación con que, a lo sumo, se sufren hoy unas a otras, tascando iracundas el freno, por no poder exterminarse; sino la convicción de la raíz común que a todas esas fuerzas sostiene, y de la necesaria cooperación de todos a esta obra nacional, tan delicada y compleja, ¡y para cuyas angustias, de cierto ninguna está de sobra!; cada una a su modo y por su camino, afirmará aquel elemento del ideal común que especialmente representa; y lo afirmará con vital entusiasmo, pero con leal modestia, humilde, pacífica, respetuosa, concorde y amistosa, para con los demás, iguales en dignidad, sin perder la conciencia de esa unidad cooperativa en la necesaria división social del trabajo.
Todo esto parece cosa lenta, ¿verdad?».
Francisco Giner de los Ríos, "Fragmento", en Ensayos menores sobre educación y enseñanza, Madrid, La Lectura, t. I, 1927, págs. 115-117.
Cuando aquel tiempo llegue, nos avergonzaremos sinceramente, y no por pura retórica, como hoy, de esa deuda de la primera enseñanza, que, excepto los interesados, nadie toma aquí en serio, sino que todo el mundo, y por tanto el Gobierno, la mira con la más salvaje indiferencia; y después de avergonzarnos, la pagaremos, que es muy otra cosa. Acabaremos con la reglamentación administrativa, con los exámenes, oposiciones y demás resortes exteriores mecánicos y falsos de nuestro régimen actual; y nos recogeremos a pensar, con la grave preocupación que merece, en esa obra interna de nuestra educación nacional, y en cuán lejos al comienzo de ella estamos todavía, y comprenderemos que es mucho menos lo que hay que reformar en la legislación que en los espíritus; y aprovecharemos más y más para ello el auxilio de otros pueblos menos infortunados, adonde, retórica y presunción aparte, tenemos que ir a aprender lo mucho que ignoramos; ¡pues aun lo propio nos lo tienen ellos que enseñar!, incluso verdadero amor a nuestro fin y al trabajo formal, sincero y concienzudo en su devoción y servicio. Libre y dueño de sí mismo, renacerá este órgano social de la educación, que ni siquiera es hoy cuerpo sin alma, sino un detritus atomístico y sentirá dentro de sí un principio de unidad y de paz entre todas las diversas tendencias sociales, escuelas, creencias, opiniones, que no será ya la mera tolerancia escéptica y al uso, ni la áspera resignación con que, a lo sumo, se sufren hoy unas a otras, tascando iracundas el freno, por no poder exterminarse; sino la convicción de la raíz común que a todas esas fuerzas sostiene, y de la necesaria cooperación de todos a esta obra nacional, tan delicada y compleja, ¡y para cuyas angustias, de cierto ninguna está de sobra!; cada una a su modo y por su camino, afirmará aquel elemento del ideal común que especialmente representa; y lo afirmará con vital entusiasmo, pero con leal modestia, humilde, pacífica, respetuosa, concorde y amistosa, para con los demás, iguales en dignidad, sin perder la conciencia de esa unidad cooperativa en la necesaria división social del trabajo.
Todo esto parece cosa lenta, ¿verdad?».
Francisco Giner de los Ríos, "Fragmento", en Ensayos menores sobre educación y enseñanza, Madrid, La Lectura, t. I, 1927, págs. 115-117.