martes, 27 de enero de 2009
El pacto es la vida
AMOS OZ
Tengo 65 años: soy más viejo que mi país. Nací en Jerusalén, comedia multiétnica que a veces acaba en tragedia. Casado hace 45 años con la misma mujer: el mérito es suyo. Tengo 3 hijos y 4 nietos. Ni blanco ni negro: a mí me interesan todos los matices del gris. Cada lengua es un instrumento musical: pequeños o grandes cada uno es irrepetible
LLUÍS AMIGUET - 07/10/2004
Yo de niño quería ser bombero. Por el uniforme. ¿Sabe? A las niñas les encantaba.
-Y no tuvo suerte.
-Tuve que conformarme con el plan B: ser escritor. No seduciría con botones dorados, pero sí con bellas palabras.
-¿Y le funciona?
-Hoy mi forma de ser bombero es intentar que mis lectores se comprendan mejor a sí mismos y a sus próximos y así vivan de forma más profunda. Que vivan más.
-¿Cómo lo intenta?
-Vivo junto al desierto. Al alba me levanto y vago sin rumbo por él. Trato de oír.
-¿El qué?
-Al volver a casa, pongo las noticias de las 6 y están los políticos llenándose la boca de palabras: "Para siempre..."; "Nunca más..." y entonces escucho reírse a las piedras de ese desierto que es el mismo hace 100.000 años.
-¿Y después?
-Ya estoy preparado para escribir, que es aburridísimo. Intento juntar palabras. A veces estoy toda la mañana sin hacer nada. Ni una línea. Me quedo mirando la pared.
-¿No se siente frustrado?
-Esos vacíos son tan necesarios como las mañanas en que acabo una novela. También son escribir. Después me voy a un café.
-¿A perder el tiempo?
-No. En Israel cualquier desconocido habla a cualquiera: "¿Ha visto el periódico? ¡Este Gobierno está loco!". Sólo quieren que les des la razón. Nadie escucha a nadie, pero yo sí. Yo me gano la vida escuchándoles.
-¿Porque le pagan el café?
-No, pero tocan con nuevas notas el mismo pequeño instrumento que yo: el hebreo.
-Pequeño instrumento.
-No importa. Ocho millones de hablantes son más de los que hablaban inglés cuando Shakespeare escribió su obra. Pero aunque fueran menos: sólo un idiota pensaría que un instrumento produce mejor música por ser más grande o una lengua mejor literatura por tener más hablantes.
-Le aseguro que hay muchos idiotas.
-¿Sabe que en Barcelona hace 1.000 años había poetas catalanes en hebreo?
-Cuénteme.
-Escribieron poesía abiertamente homosexual gracias a la influencia de los árabes, mucho más tolerantes. Desde la diáspora, durante 17 siglos, el hebreo fue confinado en las sinagogas hasta que un día, hace 100 años, volvió a la vida en Jerusalén.
-¿Cómo?
-Una joven judía europea le dijo a un judío de Jerusalén "te quiero" en hebreo, porque era la única lengua que compartían.
-¿Sus padres le hablaban en hebreo?
-Mi padre hablaba once lenguas y todas con un terrible acento ruso y mi madre, siete. Eran profesores y entre ellos hablaban ruso y polaco para que yo no les comprendiera.
-¿Por qué?
-Porque casi siempre hablaban de lo que sufrían sus familiares en Europa: el holocausto. A mí sólo me hablaban hebreo para que no aprendiese ninguna lengua europea y evitar así que me fuera y acabara allí en un campo de concentración. Mis primeras palabras en inglés las aprendí en la calle tirando piedras a los soldados: "British go home!".
-Vivió usted la fundación de Israel.
-De cerca. Conocí, y mucho, a todos sus protagonistas: los que salen hoy en los billetes. Ya soy más viejo que mi propio país.
-Y he leído que estuvo usted en un kibbutz.
-El único experimento socialista de la gente normal. Ni partidos ni gobiernos ni burocracia.Un montón de amigos compartían todas sus propiedades y fundaban un kibbutz.
-Dicen que el trabajo era duro, pero la vida sexual de los kibbutzim era variada.
-Aquello no era una comuna hippie. Tal vez los recién llegados pasaban dos, tres, cuatro años disfrutando de una relativa promiscuidad. Pero siempre acaban casándose.
-¿Le enseñó más el kibbutz o la guerra?
-Los dos. Fui oficial de carros. Nunca he sido pacifista: no creo que los pueblos tengan que amarse. Eso es ingenuo y papanatas. Yo me conformo y milito para que no se maten.
-Ya sería mucho.
-Lucho por un compromiso pragmático entre enemigos que les impida asesinarse. Eso es la realidad. No soy mesiánico como Bush y los suyos. No me interesan ni los villanos ni los héroes. Eso es una mala película.
-¿Qué le interesa?
-Una disputa entre mujer y marido cuando los dos tienen toda la razón; una batalla entre hijo y padre cuando el amor del padre es tan genuino como el ansia de libertad del niño. Eso es lo que hago como activista y escritor: intento explicar al ser humano.
-Pactar con el demonio.
-El pacto es la vida. La cesión por ambas partes salva a la humanidad. Lo opuesto es la inflexibilidad, es el fanatismo, es la muerte. En mis novelas hablo de la gente: todos somos felices a medias, porque la felicidad no existe. Es un oximoron, como un orgasmo eterno. La alegría sí que existe.
-Menos mal.
-Sí. Y la pena y la soledad. Escribo sobre ellas y sobre las cosas estúpidas y dañinas que nos hacemos y hacemos a los demás.
-¿Por qué nos hacemos daño?
-Por vanidad: la eterna comedia humana.
-¿Sólo por aparentar?
-Queremos impresionar a los demás. Por eso hacemos idioteces y llegamos a ser malvados. Barcelona o Tel Aviv están llenas de personas que trabajan más de lo conveniente para ganar más dinero del que realmente necesitan para comprar cosas que en realidad no les hacen falta para impresionar a gente que realmente no les gusta.
Fuente: http://www.lavanguardia.es/web/20031015/51145834838.html
Tengo 65 años: soy más viejo que mi país. Nací en Jerusalén, comedia multiétnica que a veces acaba en tragedia. Casado hace 45 años con la misma mujer: el mérito es suyo. Tengo 3 hijos y 4 nietos. Ni blanco ni negro: a mí me interesan todos los matices del gris. Cada lengua es un instrumento musical: pequeños o grandes cada uno es irrepetible
LLUÍS AMIGUET - 07/10/2004
Yo de niño quería ser bombero. Por el uniforme. ¿Sabe? A las niñas les encantaba.
-Y no tuvo suerte.
-Tuve que conformarme con el plan B: ser escritor. No seduciría con botones dorados, pero sí con bellas palabras.
-¿Y le funciona?
-Hoy mi forma de ser bombero es intentar que mis lectores se comprendan mejor a sí mismos y a sus próximos y así vivan de forma más profunda. Que vivan más.
-¿Cómo lo intenta?
-Vivo junto al desierto. Al alba me levanto y vago sin rumbo por él. Trato de oír.
-¿El qué?
-Al volver a casa, pongo las noticias de las 6 y están los políticos llenándose la boca de palabras: "Para siempre..."; "Nunca más..." y entonces escucho reírse a las piedras de ese desierto que es el mismo hace 100.000 años.
-¿Y después?
-Ya estoy preparado para escribir, que es aburridísimo. Intento juntar palabras. A veces estoy toda la mañana sin hacer nada. Ni una línea. Me quedo mirando la pared.
-¿No se siente frustrado?
-Esos vacíos son tan necesarios como las mañanas en que acabo una novela. También son escribir. Después me voy a un café.
-¿A perder el tiempo?
-No. En Israel cualquier desconocido habla a cualquiera: "¿Ha visto el periódico? ¡Este Gobierno está loco!". Sólo quieren que les des la razón. Nadie escucha a nadie, pero yo sí. Yo me gano la vida escuchándoles.
-¿Porque le pagan el café?
-No, pero tocan con nuevas notas el mismo pequeño instrumento que yo: el hebreo.
-Pequeño instrumento.
-No importa. Ocho millones de hablantes son más de los que hablaban inglés cuando Shakespeare escribió su obra. Pero aunque fueran menos: sólo un idiota pensaría que un instrumento produce mejor música por ser más grande o una lengua mejor literatura por tener más hablantes.
-Le aseguro que hay muchos idiotas.
-¿Sabe que en Barcelona hace 1.000 años había poetas catalanes en hebreo?
-Cuénteme.
-Escribieron poesía abiertamente homosexual gracias a la influencia de los árabes, mucho más tolerantes. Desde la diáspora, durante 17 siglos, el hebreo fue confinado en las sinagogas hasta que un día, hace 100 años, volvió a la vida en Jerusalén.
-¿Cómo?
-Una joven judía europea le dijo a un judío de Jerusalén "te quiero" en hebreo, porque era la única lengua que compartían.
-¿Sus padres le hablaban en hebreo?
-Mi padre hablaba once lenguas y todas con un terrible acento ruso y mi madre, siete. Eran profesores y entre ellos hablaban ruso y polaco para que yo no les comprendiera.
-¿Por qué?
-Porque casi siempre hablaban de lo que sufrían sus familiares en Europa: el holocausto. A mí sólo me hablaban hebreo para que no aprendiese ninguna lengua europea y evitar así que me fuera y acabara allí en un campo de concentración. Mis primeras palabras en inglés las aprendí en la calle tirando piedras a los soldados: "British go home!".
-Vivió usted la fundación de Israel.
-De cerca. Conocí, y mucho, a todos sus protagonistas: los que salen hoy en los billetes. Ya soy más viejo que mi propio país.
-Y he leído que estuvo usted en un kibbutz.
-El único experimento socialista de la gente normal. Ni partidos ni gobiernos ni burocracia.Un montón de amigos compartían todas sus propiedades y fundaban un kibbutz.
-Dicen que el trabajo era duro, pero la vida sexual de los kibbutzim era variada.
-Aquello no era una comuna hippie. Tal vez los recién llegados pasaban dos, tres, cuatro años disfrutando de una relativa promiscuidad. Pero siempre acaban casándose.
-¿Le enseñó más el kibbutz o la guerra?
-Los dos. Fui oficial de carros. Nunca he sido pacifista: no creo que los pueblos tengan que amarse. Eso es ingenuo y papanatas. Yo me conformo y milito para que no se maten.
-Ya sería mucho.
-Lucho por un compromiso pragmático entre enemigos que les impida asesinarse. Eso es la realidad. No soy mesiánico como Bush y los suyos. No me interesan ni los villanos ni los héroes. Eso es una mala película.
-¿Qué le interesa?
-Una disputa entre mujer y marido cuando los dos tienen toda la razón; una batalla entre hijo y padre cuando el amor del padre es tan genuino como el ansia de libertad del niño. Eso es lo que hago como activista y escritor: intento explicar al ser humano.
-Pactar con el demonio.
-El pacto es la vida. La cesión por ambas partes salva a la humanidad. Lo opuesto es la inflexibilidad, es el fanatismo, es la muerte. En mis novelas hablo de la gente: todos somos felices a medias, porque la felicidad no existe. Es un oximoron, como un orgasmo eterno. La alegría sí que existe.
-Menos mal.
-Sí. Y la pena y la soledad. Escribo sobre ellas y sobre las cosas estúpidas y dañinas que nos hacemos y hacemos a los demás.
-¿Por qué nos hacemos daño?
-Por vanidad: la eterna comedia humana.
-¿Sólo por aparentar?
-Queremos impresionar a los demás. Por eso hacemos idioteces y llegamos a ser malvados. Barcelona o Tel Aviv están llenas de personas que trabajan más de lo conveniente para ganar más dinero del que realmente necesitan para comprar cosas que en realidad no les hacen falta para impresionar a gente que realmente no les gusta.
Fuente: http://www.lavanguardia.es/web/20031015/51145834838.html
Etiquetas: Amoz Oz