viernes, 23 de noviembre de 2007
No se lo cuentes a nadie
"Al llegar Jesús al lugar donde yacía el muerto ordenó con voz estentórea:
- Lázaro, levántate y anda.
Y aquel que estaba muerto echó a andar.
Y, por fin, cuando lo libraron de las mortajas que antes lo constreñían, Lázaro no cayó a los pies de Aquel que lo había despertado, sino que permaneció en silencio y aparte.
Y Jesús se acercó hasta donde estaba y hablándole en susurros le dijo:
- Tú, que has estado muerto durante cuatro días y que ahora has vuelto con nosotros, dime, ¿qué hay más allá de las tinieblas de la tumba?
Lázaro miró a Jesús con actitud de reproche y dijo:
- No lo haré. ¿Por qué me has hablado con falsedad y por qué insistes en contar esas mentiras sobre las maravillas del Cielo y la gloria de Dios eterno? Pues sepa, rabí, que no hay nada después de la muerte y que el que está muerto, muerto está.
Al oír esto, Jesús alzó un dedo hasta sus labios y con un ruego en la mirada dijo:
- Lo sé, pero no se lo cuentes a nadie".
Oscar Wilde, "La resurrección de Lázaro", en El arte de conversar, Atalanta, 2007.
- Lázaro, levántate y anda.
Y aquel que estaba muerto echó a andar.
Y, por fin, cuando lo libraron de las mortajas que antes lo constreñían, Lázaro no cayó a los pies de Aquel que lo había despertado, sino que permaneció en silencio y aparte.
Y Jesús se acercó hasta donde estaba y hablándole en susurros le dijo:
- Tú, que has estado muerto durante cuatro días y que ahora has vuelto con nosotros, dime, ¿qué hay más allá de las tinieblas de la tumba?
Lázaro miró a Jesús con actitud de reproche y dijo:
- No lo haré. ¿Por qué me has hablado con falsedad y por qué insistes en contar esas mentiras sobre las maravillas del Cielo y la gloria de Dios eterno? Pues sepa, rabí, que no hay nada después de la muerte y que el que está muerto, muerto está.
Al oír esto, Jesús alzó un dedo hasta sus labios y con un ruego en la mirada dijo:
- Lo sé, pero no se lo cuentes a nadie".
Oscar Wilde, "La resurrección de Lázaro", en El arte de conversar, Atalanta, 2007.
Etiquetas: Muerte, Oscar Wilde