sábado, 20 de enero de 2007
La sencillez
"El sabio debe retirarse de la vida como de un festín: humildemente" (Demófilo)
«No he visto en Rusia nada más grandioso ni más conmovedor que la tumba de Tolstoi. Este lugar de peregrinación para las futuras generaciones respetuosas queda apartado, solitario, sumido en la sombra del bosque. Una senda angosta, trazada como al azar a través de los claros y los arbustos, lleva hacia este túmulo, qué no es más que un pequeño montón de tierra, de forma rectangular, sombreado por algunos árboles. Nadie lo cuida. Nadie lo guarda. León Tolstoi plantó él mismo -según me cuenta su nieta-, esos árboles altos, que se mecen suavemente al viento del otoño entrante. Un ama de cría o una mujer del pueblo les había contado, cuando niños, a su hermano Nicolás y a él, una antigua leyenda: en donde se planten árboles, habrá dicha. Así, jugando, habían introducido en la tierra unos arbolillos en alguna parte de su predio, y bien pronto se les había olvidado aquel juego infantil. Sólo más tarde recordó Tolstoi aquel episodio de su juventud y aquella promisión de la dicha, promisión que cobró para él, cansado de vivir, un sentido nuevo y más hermoso. Y no tardó en manifestar el deseo de ser enterrado bajo aquellos árboles por él plantados.
Tolstoi leyendo la correspondencia en 1910Tolstoi en su lecho de muerte (1910) Así se hizo. Cumplióse la voluntad de Tolstoi, y su tumba ha llegado a ser la más hermosa, la más impresionante, la más sugestiva del mundo. Un túmulo rectangular en el corazón del bosque, cubierto de flores y de plantas verdes; ni losa sepulcral, ni inscripción, ni siquiera el nombre de Tolstoi. Como un vagabundo recogido por la calle, como un soldado desconocido, queda enterrado en el anónimo el gran hombre, que más que nadie sufrió por su nombre y por su fama. Cualquiera puede acercarse a su última morada. La frágil estacada está siempre abierta. Sólo el respeto de los hombres, cuya curiosidad suele perturbar la paz eterna de los grandes, hace que reine el silencio en torno a la tumba de León Tolstoi. Y aquí es la suprema sencillez la que tiene alejada la frívola curiosidad y prohíbe hablar alto. El viento susurra entre los árboles sobre la tumba anónima; el sol le prodiga sus cálidos rayos, y en invierno la blanca nieve cubre tiernamente la tierra oscura. En verano y en invierno se podría pasar por aquí sin sospechar que este pequeño montón de tierra encierra los restos mortales de uno de los más grandes hombres de nuestro mundo. Y precisamente este anónimo nos conmueve más hondamente que todo el mármol y todo el fausto imaginables: de los centenares de hombres que en este día excepcional rodearon la tumba de León Tolstoi, ni uno solo se atrevió a coger allí una flor para llevársela y guardarla como recuerdo. Y una vez más sentimos que nada en este mundo es tan monumental como la suprema sencillez. Ni la cripta de Napoleón bajo el arco de mármol en la Iglesia de los Inválidos, ni el sarcófago de Goethe en el Panteón de los Príncipes de Weimar, ni el sarcófago de Shakespeare en la Abadía de Westminster, conmueven tan íntimamente, por su aspecto, lo más humano en cada ser humano, como esa tumba allí en el bosque, maravillosa por su silencio, enternecedora por su anónimo, sin mensaje ni palabra, y adonde sólo llega el susurrar del viento».
Tumba de Tolstoi el año de su muerte
Stefan Zweig, "La tumba más hermosa del mundo (De un viaje por Rusia)", en El mundo insomne. Ideas, ciudades y paisajes de la vida contemporánea, Barcelona, Luis de Caralt Editor, 1947.